lunes, 1 de agosto de 2016

Querido Jorge:

Junio 2016
Recuerdo tu funeral.

Me acuerdo del último día que llamé a tu casa. No quise hablar contigo. No supe qué decirte. "No, no lo molestes, le llamo mañana". Dije. Al otro día te moriste. ¿O tal vez fue el día siguiente? No más.

No es que me arrepienta terriblemente de no haber hablado contigo. Años después sigo sin saber qué decir. Es sólo que me sorprende tanto que un día hayas estado aquí y yo haya pedido no hablar contigo. Al día siguiente ya no estabas.

Me acuerdo del aeropuerto de Tuxtla. De mi ansia por llegar a casa con los míos y los tuyos para abrazarles y decirles "ya estoy aquí". Me acuerdo de mirar a la gente en el aeropuerto. La espera, la expectativa. Yo mirándoles con la angustia de la lejanía. ¿Saben ustedes que voy a un funeral? ¿Que Jorge se murió? ¿Que yo no quise hablar con él? ¿Saben?

Qué raros son los funerales. Más raras aún las casas funerarias como esa donde estabas tú. Con sus candiles falsos y sus focos en forma de vela. Supongo que es ese el ambiente mortuorio. El de las velas y los candelabros. Pero como incomoda prenderlos y no alumbran, mejor ponen esos ridículos focos en forma de vela. Y esos cuadros. Pinches cuadros mediocres que no dicen nada. Algún paisaje cutre de montañas. O un lago. Una cosa tan neutra y estéril, que no es posible mirarla y sentir algo. Sólo le quitan el vacío a la pared. Supongo que en una funeraria eso es algo. Quitar el vacío.

Qué raro pensar que estaba tu cuerpo ahí, a unos metros, en la caja. Qué raro que pongan cajas de kleenex por todos lados. Creo que hasta un carrito con agua, o comida. ¿Galletas? Eran galletas y café.

Me acuerdo tanto, Jorge, de sentir la vida. De reírme. Qué inapropiado reír en este lugar. Qué inapropiado que ría con tus hijas, mis primas,  y sus historias de ser mamás. Las dos tan fuertes y grandes como siempre. Tanto que las quiero que hubo, como siempre, ese momento entre ellas dos y mi hermana y yo, y las cuatro riendo sobre cosas. Ahí junto a tu muerte. Pensé en cómo es la vida que se filtra por los más pequeños rincones aún en lugares como este. Entre las risas. Entre los chismes. Entre el ridículo sentir de tener que llorar y dolernos.  ¿Por qué nos duele tanto, Jorge? ¿Si sabemos que al final, igual andas por aquí?

Te tengo tan presente como antes de tu muerte. Llegando a la comida a contar tus historias de cuando robabas tacos de chicharrón en el supermercado hasta que me hacías llorar de la risa. Extrañamente, de alguna forma, siento que todavía vas a llegar. O más bien será que llegaré yo a donde tú estás.

Pienso mucho en ti últimamente, Jorge. Porque espero que estés esperando a mi mamá cuando le toque irse a esa parte. Porque espero que en medio de todo esto, del reloj sonando, del oxígeno, las medicinas, los doctores, el cáncer, el tic-toc, me acuerde de esa sensación de la vida colándose entre los candiles falsos y los focos en forma de vela, y los cuadros de mierda, y el tapiz inmundo, y la caja, y los rezos, y los kleenex.

En la espera estamos, Jorge, en la espera.

Estoy segura de que concuerdas conmigo cuando digo que pinches lugares de mierda esos, las funerarias, llenos de falsedades y lágrimas. Pinche fatiga de los deudos que apenas ahora lloran la partida. Pinche hastío de “lo siento” y “no sufre más” y “pronta resignación”. Creo que ese es el que más me joroba ¿sabes? ¿Resignación?


Insulsos, mezquinos lugares Jorge, las funerarias. Que se queden con sus cuadros simplones y sus columnas impávidas, y sus sombras y sus lágrimas. Habría que ir ahí sólo a abrir las ventanas y dejar entrar el sol...junto a la vida, Jorge, entre las risas y el dolor. 


Jorge

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