Qué días esos, antes de tu partida.
Ya estabas con la mente en otra parte, mamá. Se te veían en los ojos las ganas de descansar.
Estuviste tú siempre más tranquila que nosotros.
El desfile de personas, las pláticas superfluas, las visitas. Acomodarte la almohada, las medicinas, buscar qué cosa sería posible que aún pudieras comer.
Los últimos días ya no comiste nada.
¿Para qué llenarte la panza, en lugar del alma?
Estoy segura que estabas recogiendo memorias que llevarte por allá. Los olores, las sonrisas, la caricia en la frente, la canción.
Eligiendo qué cosas hacía falta llevarse y cuáles no.
Tú tan tranquila y nosotros...
Pues así. Esperando...
Tic-toc.
¿Te acuerdas que me hiciste una broma, mamá?
¿Te acuerdas de cómo te reías con este par de ángeles que te mandaron, mamá?
¿Te acuerdas de tenernos a todos juntos, hasta a tu nieta peluda, en casa, mamá?
Seguro que eso fue cuando pensaste que ya era tiempo...
cuando nos viste reírnos juntos y supiste que todo estaría bien.
Así fue, poco a poco, que empezaste a dejar ir tus ropas y tu aliento.
Como la actriz que regresa al escenario por un último aplauso. Se va despidiendo, poco a poco, hasta que se encienden las luces del teatro...
Se encendieron las luces, mamá.
Pero aquí estamos.
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