viernes, 26 de agosto de 2011

Live, Love, Turtles


Érase una vez una niña que leía y leía.

Leía cuentos de fantasmas, que eran sus favoritos,.

Leía tanto de fantasmas que hasta leyó Hamlet, porque en la lista de personajes salía el fantasma del rey.

Leía también esta niña sobre animales. Y tanto leía de animales que un día leyó sobre grandes tortugas en el mar que se morían atragantadas con basura de plástico que la gente tiraba al agua...

y a pesar de todas las historias de fantasmas y de los pitufos y de hombres lobos, vampiros y demás seres que bailaban en las páginas de los libros con arañas colgadas a los sombreros y lúgubres velas alumbrando sus hojos de horror, leer sobre los pedacitos de plástico que atragantaban a cientos de inocentes tortugas en el mar la hizo, verdaderamente, sentir terror.

Popotes. Eso decía el artículo que leyó. Popotes que las tortugas se comían al verlos flotar en el mar.

....

Así que la niña dejó de tomar leche con chocolate, jugo de naranja, refresco, malteada, o cualquier otro líquido que pudiera sorberse con un pedacito de plástico tubular.

... o por lo menos eso intentó.

Lo intentó hasta que se sintió ridícula. Hasta que se cansó de tratar de convecer a todos los otros bebedores tubulares de abandonar sus viejas costumbres por el bien de las tortugas en el mar.

Tiempo después se olvidó de los popotes y de las tortugas.

...

Y así fue. Hasta que un día, sin razón aparente, conoció a un niño que tampoco bebía en popotes, y pensó, que el mundo puede ser un mundo mejor.

Y en eso andamos.