Con cada año que pasa hay más marcas en mi piel. Cada nueva arruga y peca cuenta un poco mi historia. Aún así, yo no decido si esta línea que se marca en medio de mis cejas cuando estoy pensando, se hará cada vez más profunda. Tampoco decido si serán mis ojos, o mi frente, o mis manos, las que poco a poco harán que me descubran la edad... Si eligiera, quisiera que fueran las arrugas que me salen cuando río a carcajadas las que se noten más. Las líneas pequeñitas que ya cruzan de la orilla de mis ojos hacia las orejas y aquellas que enmarcan mis labios, de la nariz a las comisuras, cuando estoy feliz.
Está también esa cicatriz que me parte una ceja de cuando me pegué contra una banca en la secundaria, o la que tengo en la palma de la mano derecha por caerme sobre un vidrio cuando Amarilis y yo jugábamos a aplastar las flores de una jacaranda. Tengo marcas en las rodillas por intentar deslizarme en la alfombra y hacer reír a mi Mamá. Manchas y marcas inexplicables en algunas partes de la piel, estrías que me recorren los muslos y unas más recientes lunas perfectas y pequeñitas en la cara y en el pecho que me dejó tener varicela a los 32...
También tengo unas cicatrices que no han sido resultado de accidente alguno.
Son cicatrices que una elige concienzudamente, entre nervios e ilusión.
Esas que escogí para recordar y recordarme, entre línea negra y color, lo que hoy, ahorita, es importante...
(¿Cómo se van a ver cuando seas vieja?)
Mi primer tatuaje me recuerda a casa de mamá y papá. Durante años hubo un nido de colibrí frente a la ventana y cada año nos poníamos a espiar con binoculares a los bebés que abrían el pico chiquitito y a la mamá que les daba de comer.
Me lo puse después de años de quererlo, de pensarlo y de preguntarme todo lo que todavía escucho que se decide por ahí cuando se habla de estas cosas: el dolor, los juicios, las barreras. Que si ya no te dan trabajo, que si se quedará para siempre...
Me lo puse porque tenía un montón de ganas de crecer. De llevar en el cuerpo lo que estaba aprendiendo. De recordarme, para siempre, que si esto me impedía estar en alguna parte, no tenía sentido estar ahí.
Me puse el espíritu guerrero en la espalda para no olvidar. Para que aunque olvidara, el cuerpo me lo recordara siempre.
El segundo me lo puse para marcar otra etapa más de crecer y compartir. Lo escogimos para saltarnos los anillos y ponernos en la piel el compromiso que nos une. Como amuleto, como recuerdo, como señal de estar aquí, juntos, en el universo. Lo llevo en la muñeca porque me gusta verlo...
El más reciente, el tercero, lo llevo sólo porque me gusta. Por el nervio de sentir las agujitas penetrándote la piel. Por saber que mi cuerpo es también un lienzo en el que he dejado que otros dibujen para mí. Por sentirme arte. Libro abierto con ilustraciones. Por la aventura. Por ser fuerte. Por mi memoria. Por no olvidar.
¿Que cómo se van a ver cuando sea viejita?
Supongo que viejos, como el resto de mí.
Pero al menos, estos yo los escogí.
#Ballenaespacial
#Spacewhale
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