Algún día tuvimos una mesa de jardín en el comedor…
Era verde y de plástico y de jardín.
Y hubo gente que la odió y que le puso mala cara.
Y mi pobre mesa tan fiel que siempre detuvo las cosas con
sus cuatro fuertes patas.
Nunca flaquearon sus inquebrantables ganas de sostener los
platos, aunque nunca comiéramos ahí… nunca me hizo perder una sola pieza de ese
rompecabezas de Carrington que armé sobre ella, la única vez que pasé días y
días arqueada sobre su verde superficie de plástico barato resistente a la
lluvia y el sol.
Un día la cubrí con un mantel con dibujos y palabras en
francés. Andaba toda adornada, pero yo extrañaba mi mesa verde de plástico que
se limpiaba con una pasada y que no tenía complejos ante otras mesas de
comedor.
Me gustan las cosas simples y poco pretenciosas… me gusta
entender que la belleza estaba en pensar que esa era la mesa de la cocina del
hogar que estábamos creando juntos, de la nada, pero juntos.
Ahora tengo mesas de tablas de madera. Algunas pintadas por
nosotros, algunas desnudas y pálidas recién salidas de manos de su creador: tabla con tabla con pata y esquina redondeada.
Me da igual la mesa.
Lo que quiero es amor sobre ella.
Más amor y menos juicios.
Porque la belleza la lleva una adentro y no sobre la mesa de
plástico verde de jardín.
¡libertad para la belleza!
¡libertad para las mesas de jardín!
¡libertad para adornarnos nosotros, nosotras, desde dentro, para nosotras mismas y no para los demás!
¡libertad de juicios y prejuicios!
Porque al final lo único que hay que poner sobre la mesa es
a nosotr@s mismos y eso ya es suficientemente hermoso.
(Y a la puta madre con la belleza que no venga del interior)
...
Yo soy amor…
y amor también tenía en mi mesa verde, de plástico, de jardín.
(Desde el jardín de mis entrañas que ponía más atención en
las flores y en los pájaros que en el plástico verde, barato, de jardín).
No me importa la mesa, porque ¿saben qué?.... la puta mesa era feliz, y yo también lo soy.
Cada quien se embellece como quiere...
All is love.