Esta es una historia
verídica, que me contó una niña que cargaba un pequeño vagoncito naranja lleno
de libros multicolor. De tanto en tanto me la encuentro en el camino y
repetimos el ritual de compartir historias y leer libros. Empezaré con el
cuento por donde ella empezó….
Pedro parques contra
la literatura.
Hubo una vez un niño
de nombre Pedro Parques. Creció este Pedro Parques en un mundo injusto y desequilibrado, pero creció. Pedro Parques creció
y creció y vio mucho la televisión. Poco leyó Pedro Parques, poco le atraían
las hojas gastadas de los clásicos ni el olor a nuevo de los nuevos. Leyó poco este
pequeño niño y escuchó menos. No
obstante, hábil era él, y simpático… y en el fondo, muy en el fondo, noble de
corazón.
Escaló cuestas este
Pedro Parques por su mundo injusto y desequilibrado. Muchas de ellas
artificiales, pero las subió. Un día llegó hasta la cima de una de ellas, verde
y pegajosa, infinitamente verde, complaciente y seductora, y ahí arriba se
quedó. Construyó un palacio de cristal que dejaban ver hacia fuera mucho y
hacia dentro nada. Se rodeó de otras gentes que admiraban su cima verde
pegajosa y su castillo cómodo. Ahí se quedó Pedro Parques, y desde ahí se
dedicó a mirar y a juzgar a los que estaban abajo, seguro de que era más feliz
que nadie en su palacio de cristal.
Abajito y a la
izquierda de su colina, vivían muchas personas que no querían subir a la cima
verde y pegajosa. Falsa les parecía esta, llena de recovecos vacíos, el camino
plagado de espejismos. Al final, creían, les esperaba una cumbre verde, muy
verde, pero muy solitaria.
Abajo y a la izquierda
andaban estos aldeanos, singulares porque, a diferencia de Pedro Parques,
construían sus casas de vidrios claros que dejaban ver el interior.
Transparentes eran estas casas, casas que compartían entre ellos y ellas, casas
que llenaban de piso a techo con libros multicolores que llenaban sus cabezas y
sus corazones.
Abajo y la izquierda
había muchas carencias, pero se llenaban los huecos del hambre y la sed con
palabras y poesía. Por las noches, se sentaban ellos y ellas a compartir junto
al fuego escueto un mar de libros multicolores, de enseñanzas, de aprendizajes
y de corazón.
Una vez una niña
pequeña se preguntó por qué Pedro Parques no bajaba nunca al pueblo a leer con
ellos. Se encaminó entonces la pequeña niña hacia la colina y empezó a subir.
Subía y subía y se topaba con otra gente que había quedado encantada con los
encantos de la colina y que trataba de construir en sus laderas. Malos ojos le
echaba esta gente a la niña pequeña que, tras de sí, arrastraba un vagoncito
naranja lleno de libros multicolor. “Aquí arriba no hacen falta libros, sino
televisores” le decían.
La pequeña niña subió
y subió. En su camino trataron de quemar sus libros, de robarlos, de esconderlos.
Le regalaron revistas, le ofrecieron televisores, le mostraron telas delicadas
de hermosos bordados, joyas riquísimas de gran costo. Le dijeron que había que
ponerse a dieta, que tenía que viajar en avión, que había que ir al extranjero
en lugar de andar arrastrando sus libros multicolor…
En esas andaba la
pequeña niña cuando, después de mucho caminar, llegó por fin al castillo de
cristal.
Ahí recuperó el aliento, se paró muy derechita,
abrió uno de sus libros, y luego leyó:
“Somos lo que hacemos,
pero principalmente, lo que hacemos para cambiar lo que somos”
En este primer día en
que la niña subió, Pedro Parques no la escuchó. La oyó, pero no la escuchó.
Acto seguido le subió a la televisión y gritó desde una ventana alguna frase
que había oído decir a algún presentador…
A la niña esto le
pareció muy extraño. “Habré escogido un libro inadecuado” pensó. Así que bajó
la colina y pensó en regresar más tarde con otro libro multicolor…
….
Aquí acabó el primer
relato que me contó la niña del vagoncito naranja. Me pregunto yo qué le habrá
leído al día siguiente a Pedro Parques. ¿Qué la habrías leído tú?
Pd.- La cita, me dijo
después, era de Eduardo Galeano. Pensé entonces que era una niña muy
interesante para andar citando a Galeano en la cima de las colinas a tan
temprana edad, a lo que contestó con que la educación comunitaria resultaba
siempre de mejor calidad.
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