Pensar en una entrada por día es demasiado. Tampoco quiero empezar a estresarme porque ya es hora de escribir y no lo he hecho. Supongo que es parte de este extraño juego mental de buscar hacer de la cuarentena una cosa productiva. "Haré yoga", "tomaré esa clase en línea", "aprenderé a tocar la guitarra con los cursos gratuitos de cuarentena de"...
Lo cierto es que la mitad del tiempo no tengo ganas de gran cosa y la otra mitad estoy trabajando normal y la otra mitad (¿¿what??) estoy pensando y soñando con pendientes de la oficina y la otra mitad me estoy estresando por la vida.... estoy durmiendo poco y mal, la verdad.
Así que trataré de ser consistente, pero queriéndome tantito para no hacerme presiones extras en la vida.
Ayer no escribí porque fue viernes de bolognesa. Reshi me cocinó y yo me sentí reconfortada por mi platillo favorito, porque me recuerda a mi mamá. Entre eso, una botella de tinto y un rato de meditación guiada a distancia por mi cuñada, se fue la tarde y mis nervios también.
Amanecí hoy buscando qué texto compartir, así que aquí va la recomendación #2 de la cuarentena literaria (¿a poco no se escucha más chingón?).
Margarita - Rubén Darío
Supongo que mi historia con los libros comienza muy tempranito. Siempre me ha gustado que me cuenten historias. Mi mamá se sentaba conmigo a leerme cuentos y papá tenía la costumbre de contar historias de camino a la escuela (Tarzán), con el tradicional "continuará mañana" para dejarnos picados. También nos inventaba historias de princesas y escaleras a J. y a mi por las noches porque compartíamos habitación y así lograba calmarnos antes de dormir.
Antes de aprender a leer, me aprendí de memoria el cuento de "Pedro y el Lobo" que mi mamá me leía todos los días (y supongo que muchas veces al día también). Le causaba gracia invitar a mis tías y hacerles creer que ya podía leer porque yo iba recitando el cuento mirando la página que tocaba y dándole vuelta a las hojas. Era mi monería del momento. Tuve ese cuento, el mismito que me leía mi mamá, guardado por años, aunque un poco mordisqueado por ratones en el lomo. Se lo regalé a L., mi sobrino y ahijado, en espera de continuar la tradición.
Algo similar me pasa con Margarita, que mi papá me leyó una y otra y otra vez. Prueba de ello es que aún tengo guardada la copia que tantas noches nos acompañó. Es un libro pequeñito, cuadrado y de unos 15 centímetros por lado. Hace mucho tiempo que perdió la portada y un par de hojas interiores. En algún momento de su historia, mamá escribió a lápiz los versos faltantes. En la última hoja, añadió las líneas que escribo aquí como aparecen en letra de mamá:
"Margarita, está linda la mar y el
viento lleva esencia sutil
de azahar tu aliento
ya que lejos de mí vas a estar
lleva siempre el recuerdo del
que un día te quizo
contar un cuento"
Este poema-cuento, que en realidad se titula "A Margarita Debayle", fue escrito por Rubén Darío para la pequeña hija de su Doctor de cabecera por ahí de 1908. Cuentan que Margarita, la niña, le pidió que le escribiera un verso cuando Darío pasó una temporada de huésped en casa del médico, cerca del mar.
Rubén Darío narra una historia dentro de una historia. Inicia como me imagino lo hizo Rubén con la pequeña niña y como lo hizo mi papá tantas veces con M., J. y conmigo:
"(...) te voy a contar un cuento"...
El cuento es la historia de un Rey y de una princesita, tan bonita, Margarita, tan bonita como yo...
Mi cuento (el que conservo) está ilustrado por Monika Doppert (https://issuu.com/ekare/docs/margarita?mode=window&pageNumber=1). Recuerdo con claridad mirar los dibujos con detalle y ensoñarme con el fantástico reino con su palacio de diamantes, una tienda hecha del día y un rebaño de elefantes...
Me fascinaba la forma en que los versos cantaban, las palabras raras que no hacía falta conocer y las imágenes, tan pequeñas pero extraordinariamente detalladas entre las que podía perderme mientras papá contaba el cuento una y otra y otra vez.
La princesa era yo. Una niña de cabellos negros y ojos oscuros que se lanzó hacia el cielo sin permiso. La historia es la de cualquier niña soñadora que se aventura en búsqueda de algo que quiere su corazón... hasta que la cacha el papá y la regaña por haberle desobedecido. En la historia se aparece entonces un nuevo personaje para interceder por ella, "el Buen Jesús". Así, con mayúsculas. Ya desde entonces recuerdo que era la parte que menos me gustaba. ¿Por qué tenía que entrar este Don a darle permiso? La rima se me hacía la más cursi de toda la historia. Supongo que ya desde entonces había algo ahí que no más no. Cuántas cosas trae ya una desde niña, ¿verdad?
El cuento acaba como inicia, con un hombre, contando una historia a una pequeña niña, esta vez con una despedida.
De niña me imaginaba como esa pequeña princesa sin nombre. Leyendo ahora, de adulta, veo que fui siempre Margarita. La niña a la que le gusta que le cuenten historias. Pienso siempre en mi padre con este cuento. En sus manos gentiles doblando la página y en las noches que pasaba conmigo y con mi hermana siendo Papá.
Guardo este cuento en el cajón de cosas importantes. La primera página está partida. Los bordes desgastados. Dobleces en las hojas. Pero las imágenes siguen siendo las mismas. Cada que giro la hoja me sumerjo por minutos en los detalles de siempre. La estrella, la barca, las tijeras, el prendedor. Mi padre. El que cuenta historias, y que llevo siempre con el recuerdo del que un día, muchos días, y muchas noches, me contó muchos cuentos.
----------------------
Han pasado muchos días desde que empecé a escribir de Margarita. La cosa avanza y una se va ajustando (o no) a la nueva rutina. O al menos eso intentamos. Empiezo a leer algo y lo dejo. Algo más y lo dejo. No he dado con un texto que me acompañe fielmente durante la cuarentena. Esa es la ventaja de esta grande biblioteca. Abro un libro y me busco adentro. Si no me encuentro ahí, en el momento, quiere decir que ando en otra parte. Abro otro y me busco de nuevo. ¿En dónde andamos todas, todos, hoy?
Me fascinaba la forma en que los versos cantaban, las palabras raras que no hacía falta conocer y las imágenes, tan pequeñas pero extraordinariamente detalladas entre las que podía perderme mientras papá contaba el cuento una y otra y otra vez.
La princesa era yo. Una niña de cabellos negros y ojos oscuros que se lanzó hacia el cielo sin permiso. La historia es la de cualquier niña soñadora que se aventura en búsqueda de algo que quiere su corazón... hasta que la cacha el papá y la regaña por haberle desobedecido. En la historia se aparece entonces un nuevo personaje para interceder por ella, "el Buen Jesús". Así, con mayúsculas. Ya desde entonces recuerdo que era la parte que menos me gustaba. ¿Por qué tenía que entrar este Don a darle permiso? La rima se me hacía la más cursi de toda la historia. Supongo que ya desde entonces había algo ahí que no más no. Cuántas cosas trae ya una desde niña, ¿verdad?
El cuento acaba como inicia, con un hombre, contando una historia a una pequeña niña, esta vez con una despedida.
De niña me imaginaba como esa pequeña princesa sin nombre. Leyendo ahora, de adulta, veo que fui siempre Margarita. La niña a la que le gusta que le cuenten historias. Pienso siempre en mi padre con este cuento. En sus manos gentiles doblando la página y en las noches que pasaba conmigo y con mi hermana siendo Papá.
Guardo este cuento en el cajón de cosas importantes. La primera página está partida. Los bordes desgastados. Dobleces en las hojas. Pero las imágenes siguen siendo las mismas. Cada que giro la hoja me sumerjo por minutos en los detalles de siempre. La estrella, la barca, las tijeras, el prendedor. Mi padre. El que cuenta historias, y que llevo siempre con el recuerdo del que un día, muchos días, y muchas noches, me contó muchos cuentos.
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Han pasado muchos días desde que empecé a escribir de Margarita. La cosa avanza y una se va ajustando (o no) a la nueva rutina. O al menos eso intentamos. Empiezo a leer algo y lo dejo. Algo más y lo dejo. No he dado con un texto que me acompañe fielmente durante la cuarentena. Esa es la ventaja de esta grande biblioteca. Abro un libro y me busco adentro. Si no me encuentro ahí, en el momento, quiere decir que ando en otra parte. Abro otro y me busco de nuevo. ¿En dónde andamos todas, todos, hoy?